viernes, 24 de octubre de 2008

Carmen Aguado (Segunda parte)

Cuando su mujer le habló de la cena y mencionó a Carmen Aguado, no se le ocurrió, ni por un momento, que podía tratarse de María del Carmen Quiroga Aguado, su prima Mar. Cuando entró en la sala la sorpresa fue el primer sentimiento, seguido de la incomprensión al ver que antes de que el pudiera abrir la boca, Mar se acercaba como si fuera la primera vez que lo veía.
–¡Señor Quiroga! ¡Hace tanto tiempo que deseo conocerle!
–Es Carmen Aguado, ya te hable de ella, la representante en España de Armand Poule.
Clara Ochoa se adelantó en ese momento para presentarle a la mujer que suponía una desconocida para su marido y siguió hablando sobre ella al objeto de facilitarle la mayor información posible.
–Tenemos que cuidarla mucho porque es la mano derecha de Puole –dijo con una sonrisa cómplice, mientras miraba a Carmen Aguado que se la devolvía divertida–, parece ser que no suelta un duro si ella no está de acuerdo.
Las dos mujeres rieron de forma distendida mientras Gerardo Quiroga se debatía entre acabar con aquel disparate o prolongar lo que consideraba una guasa estúpida de su prima Mar. Finalmente decidió seguirle la corriente.
–Encantado Carmen, me recuerda usted mucho a una pariente que hace años que no veo.
–¡Que estupendo! Así podré convencerle con mayor facilidad de los proyectos de Armand Poule.
–No creo que le cueste nada convencerme, al fin y al cabo son mis proyectos, aunque los productores sean dados a apropiárselos –la voz le salió ácida sin poder evitarlo.
­–Señor Quiroga, permítame que disienta, usted no sabe de qué vengo a hablarle. Se de sus proyectos, que al parecer tienen fascinado a Armand y que es muy probable que se acaben realizando, pero yo quiero mostrarle uno nuevo. Si le parece podemos pasar a su despacho para no aburrir a su esposa.
Clara Ochoa se sintió molesta por aquel claro desprecio, pero sabía lo que su marido se estaba jugando y no era el momento de responderle como se merecía. Se levantó, y con su mejor sonrisa, mirando a los ojos de Carmen Aguado, le contestó:
–De ninguna manera puede aburrirme, pero tengo demasiado trabajo y le agradezco la oportunidad de poder seguir con él. Es mejor que se queden en la sala, estarán mucho más cómodos, el despacho de mi marido es demasiado espartano.
Mientras decía estas palabras, Clara Ochoa se levantó y se dirigió hacia la puerta, pero antes de traspasarla se volvió, arrogante, y dirigiéndose a Gerardo Quiroga le advirtió:
–Querido, me olvidaba, a Carmen solo le gusta el whisky de malta –y sin esperar la respuesta, salió cerrando la puerta.
En cuanto lo hubo hecho, Gerardo Quiroga se enfrentó a su prima con un marcado malhumor:
–¿Pero qué pantomima es ésta? ¿A que coño estás jugando?
–Sigues igual de aburrido que siempre. Lo que tengo que decirte no quiero que lo escuche tu gitana.
–No te consiento que hables así de mi mujer.
–¿Tu mujer? ¡Pero si ni siquiera estáis casados! Además, no creo haber dicho nada insultante, es de etnia gitana ¿No? –la palabra etnia la resaltó con el tono de voz.
–Mar ¿Qué coño quieres? Si me la juegas con Poule puedo ser un enemigo peligroso.
–Aburrido y malpensado. Mi poder no es tan grande. Aunque quisiera, que no quiero, no podría hacer gran cosa, Armand Puole tiene mucho más ego que tú, si eso es posible, y ya ha decidido trabajar contigo. Nadie, y mucho menos yo, una simple representante, podría hacerle cambiar de parecer. No Nando, vengo a hablarte de un tema familiar. Cómo ya sabes, la tía Julia murió el año pasado sin testar.
–Ya os dije en su momento que no quería nada.
–Lo se, lo se, no voy por ahí, somos doce primos-hermanos y solo hay una casa. Yo la quiero. Y os estoy visitando a todos para acordar cuanto pedís a cambio de renunciar. Con el boom turístico-inmobiliario, los precios se han disparado en Isla Plana, pero la casa no es nada del otro mundo, en realidad solo aprovecharé el solar.
–¿Me estás diciendo que quieres tirar la casa de los abuelos?
–Si, tu famosa “Casa del Alma” ¡Menuda estupidez de nombre! Es un cuchitril, Nando, no puedo aprovechar nada.
–No
–No qué
–No voy a consentir que la tires, antes la compro yo ¿Cuánto piden los demás? ¿Cuánto pides tú?
La cara de la prima Mar evidenció el cansancio que todo aquello le producía, nunca había entendido a Nando y nunca le entendería. Desde muy pequeña siempre había oído la misma canción: “¡Es que Gerardo es un artista!” Todo se le disculpaba, era el preferido del abuelo Sebastián y María del Carmen Quiroga Aguado lo había odiado en silencio desde que tenía uso de razón. Había estado un año, desde la muerte de la última de sus tías, Julia Quiroga, preparando su venganza. Poco a poco había conseguido convencer a todos los primos y en aquellos momentos tenía en sus manos todas sus renuncias ante notario. Solo le quedaba Gerardo Quiroga, el artista de la familia, el que había rebautizado la casa con aquel estúpido nombre “La Casa del Alma” Lo miró, sin disimular los sentimientos de cansancio y desprecio que sentía en aquellos momentos.
–Háblalo con tu gitana, que te lea la mano, a mí me la leyó durante la cena, fue muy divertido. Resulta que conseguiré la casa de mi abuelo. Al principio alguno de mis primos estará en contra, pero finalmente lo lograré ¿Qué te parece? ¡Es buena esa gitana tuya!
Gerardo Quiroga estaba a punto de estallar. Todos sus músculos estaban en tensión y un dolor espeso, prieto, se le había instalado en la frente, sobre los ojos. Se la frotó con la mano para intentar despejarlo, pero no lo consiguió, lo intentó de nuevo frotándose toda la cara con ambas manos, pero solo logró evidenciar su desconcierto.
María del Carmen Quiroga Aguado estaba radiante, paladeaba aquellos momentos como si fueran el mejor caviar. Pero ella sabía que solo era el principio, llegarían mejores oportunidades, era hora de partir.
–Se me ha hecho tarde, cariño, tengo que marcharme. Ya te llamaré. Da recuerdos de mi parte a tu mujer –y de nuevo acentuó con el tono las dos últimas palabras, del mismo modo que lo había hecho con la término etnia–. No hace falta que me acompañes, sé dónde está la salida.
Los altos tacones de Carmen Aguado resonaron en la habitación con fuerza mientras se alejaba en dirección a la puerta, que cerró tras de sí suavemente.