viernes, 29 de agosto de 2008

A veces una explicación es necesaria

Hace tres días que volví de un viaje un poco especial. Podréis pensar que estaba de vacaciones, pero en realidad no es así. Cierto que he tenido tiempo de bañarme, pero el resto del día lo ocupaba la investigación que he llevado a cabo en Isla Plana, el pueblo donde Gerardo Quiroga se aislaba para trabajar en sus proyectos.
Perdonar este preámbulo, no entrar directamente en el relato, pero necesito que sepáis lo que he descubierto para que entendáis mejor las acciones de Gerardo Quiroga, el hombre que compartió los últimos treinta años de su vida con Clara Ochoa.
En su carta ella me contaba el inicio de la relación entre ambos, pero los hechos me parecieron que dejaban a su compañero demasiado oscuro para mi gusto. No quería novelar las circunstancias que los unieron sin conocer la versión de la otra parte pero, como muchos de vosotros sabréis, porque se ha hablado repetidamente en los diarios y las revistas especializadas, Gerardo Quiroga murió hace siete meses. Mi posición no era nada fácil porque había adquirido un compromiso con vosotros y con Clara Ochoa, pero la imagen pública de un artista merece todo mi respeto y no quería decir nada que no se ajustara a la verdad, así que no me quedaba otra alternativa, debía hablar con personas cercanas a él, lo más cercanas posibles, así que me dirigí a donde vive la mayor parte de su familia y donde conserva amigos de juventud, el pueblo de Isla Plana. Está en la costa murciana, en el centro del perímetro de una impresionante bahía en cuyas puntas se alzan el Puerto de Mazarrón a la derecha y La Azohía a la izquierda.
Cuanto he averiguado en absoluto desmiente la historia de Clara Ochoa, pero le da otros matices, una gama de grises entre el blanco y el negro que estimo necesaria.
Gerardo Quiroga nace en Barcelona en un momento muy convulso, durante la Guerra Civil, los alimentos escasean y su madre decide irse a su pueblo cuando el bebé cuenta tres meses. La historia de ese viaje da para una novela, pero os la explicaré en otra ocasión. Permanecen allí hasta que el pequeño cumple año y medio y luego retornan a Barcelona. Desde ese momento, durante los tres meses de verano, Gerardo Quiroga regresará todos los años a Isla Plana para pasar allí las vacaciones, acompañado de su madre o de cualquiera de sus tías,.
Pero es en el verano de 1952 cuando ocurren los hechos que quiero relataros.
Por toda la comarca se extiende la voz de unas llamémosles curaciones milagrosas, realizadas por una muchacha de la edad de Gerardo, quince años, que se ha refugiado en la iglesia de Tallante, turbada ante un don que no controla, buscando respuestas en el único lugar donde se siente segura. Como suele ocurrir en esas ocasiones, la gente acude entre curiosa y expectante y Gerardo Quiroga lo hace junto a sus tías y otras mujeres del pueblo, en una especie de romería que entre cánticos se dirige a Tallante, a su iglesia, para ver a la que ya todos apodan “La Santica” .
El espectáculo que se encuentran al atravesar el ancho portalón de entrada a la iglesia impresiona al joven Gerardo. Delante del altar, con la mirada perdida entre los cientos de velas encendidas que la separan de la muchedumbre se encuentra “La Santica”, arrodillada, con las manos en cruz, moviendo sin parar los labios en lo que parece una oración eterna. Su rostro, enmarcado por un pelo negro azabache que le llega a la cintura, la hace aparecer como una virgen niña a la que le hubiesen arrebatado a su hijo Jesús, el dios-hombre.
El joven Gerardo Quiroga acude desde entonces casi cada día para contemplar a “La Santica” Se levanta cuando el sol sale y anda los doce quilómetros de montaña que lo separan de Tallante. Está enamorado, la ama con la fuerza obsesiva del primer amor adolescente y un día no puede contenerse más, salta sobre las velas y se aproxima hasta quedar a escasos centímetros de ella, que parece ignorarlo, que no desvía su mirada de la llama de los cirios. Coge su mano y se la acerca a los labios, “La Santica” lo mira décimas de segundo, hasta que sus ojos viran al blanco y cae al suelo. Le había sobrevenido un ataque de epilepsia y toda la hermosura de aquel ser idealizado se transformó en un ente retorcido, babeante, que lanzaba alaridos de animal herido a la densa atmósfera de la iglesia y se convulsionaba como si el diablo hubiera ido a refugiarse en aquel cuerpo delgado, casi transparente.
Gerardo Quiroga se apartó como si quemara, no pudo soportar la visión y salió corriendo de la iglesia. No paró de correr hasta llegar a Isla Plana en estado de shock, los ojos arrasados en lágrimas.
No le permitieron volver a Tallante y la muchacha murió aquel invierno.
Según me confirmaron varias personas, el Gerardo Quiroga que conocían hasta entonces desapareció, su carácter cambió por completo, se mostraba huraño, encerrado en sí mismo, cultivando, supongo, el mundo tan especial que nos mostró en sus películas.
Esta es la historia que quería referiros, no quiero alargarme más, solo darle las gracias a todas las personas que este verano me han ayudado en Isla Plana y a Javi por poner la nota en el blog al ver que no podía conseguir enlace con Internet.

EL CLAN OCHOA
(Verano de 1978)

Hasta el Forum Universal de las Culturas que se celebró en Barcelona el verano de 2004, el barrio de La Mina era el más degradado, una zona donde aun existían chabolas, vivero de drogas, convertido en un desolador barrio-gueto al que pocos, que no pertenecieran a él, se atrevían a entrar.
Clara Ochoa nació allí, un once de Julio de 1963, de etnia gitana, perteneciente al Clan de los Ochoa. Esta familia se dedicaba a pequeños hurtos, que cometían los más jóvenes y al servicio de vigilancia para las inmobiliarias en los edificios que se hallaban en construcción. Aunque la escolarización era obligatoria, Clara Ochoa solo asistió al colegio hasta que tuvo siete años y fue una de las afortunadas, sus hermanas pequeñas apenas consiguieron dos años de estudios, obligadas desde muy pequeñas a ejercer la mendicidad.
Ocurrió un veintitrés de Julió. Los chiquillos jugaban esperando la comida mientras Clara Ochoa hablaba con su madre de dos mozos que empezaban a rondarla. De repente, un griterío las hizo asomarse a la ventana de su chabola y oyeron como los críos gritaban: “¡Son los del cine! ¡Son los del cine!”
Hacía ya varios días que estaban filmando en diferentes zonas del barrio de La Mina y sus habitantes lo vivían con curiosidad y expectación. Ella se acercó a la puerta justo en el momento que un Gerardo Quiroga sonriente y rodeado de chavales pasaba por delante. De repente el hombre la vio y su cuerpo frenó bruscamente. Se quedó frente a Clara Ochoa como si un poderoso imán le impidiera moverse, sus ojos fijos en los de ella. No duró más de quince segundos, pero fueron tan intensos que todo lo que se hallaba a su alrededor pareció moverse a cámara lenta. Tan imprevisible como la primera reacción fue la segunda, Gerardo Quiroga empezó a correr en dirección contraria hasta alejarse de unos niños y una muchacha que no entendieron lo que estaba pasando.
Más tarde, Clara se lo explicaría a su madre como algo inquietante que la había dejado confusa y con un extraño miedo en el cuerpo, aquel hombre, que podía ser su padre, la había mirado con el mismo deseo con que lo hacían los dos muchachos que la cortejaban.

viernes, 8 de agosto de 2008

Aviso a navegantes

Por diversas circunstancias (en este país aún es complicado encontrar una conexión de internet en algunos destinos vacacionales) esta semana y posiblemente la próxima, no habrá entradas de Clara Ochoa. Antonia os pide disculpas.