jueves, 13 de noviembre de 2008

¿Clara Ochoa?

Es probable que este escrito os parezca algo caótico y confuso, pero todavía estoy en estado de shock. Os dije que seguía investigando la semana pasada y eso hice. No fue hasta que llegué a Encarna Suárez, que empecé a plantearme lo extraño de toda esta historia.
Esta mujer ha sido amiga intima de Clara Ochoa hasta hace seis meses, en que una fuerte discusión las distanció. Por lo visto Gerardo Quiroga tenía una amante desde hace aproximadamente cinco años. Había habido otras, entre ellas algunas de nuestras estrellas de cine, pero fueron algo esporádico y sin continuación y lo llevó con tal discreción que en ningún momento fue pasto de las revistas rosas o los programas de cotilleo. Pero lo que sí hizo, no sé si por honradez o por maldad o por vete tu a saber, fue tener a su mujer al tanto de todo cuanto acontecía en su vida amorosa.
Clara Ochoa decidió pagarle con la misma moneda por venganza, por necesidad o por vete tu a saber, de ahí uno de los primeros relatos que escribí, “El hombre vestido de negro” que parece ser fue su primera transgresión, siempre según el relato de Encarna Suárez.
Lo lógico, desde mi punto de vista, hubiera sido deshacer el matrimonio, claro que en realidad nunca fue tal, porque no se casaron ni por la iglesia ni por lo civil. Pero eso era impensable para Gerardo Quiroga y la enfermiza relación que mantenía con ella. Me pareció entender que Clara Ochoa, en más de una ocasión, intentó abandonarlo, pero ni su “marido” ni el clan Ochoa se lo permitieron.
También me habló del tema herencia, que en el caso de Gerardo Quiroga es importante. Una cantidad de dinero considerable, una colección exquisita de pintura contemporánea con autores como Barceló, Hernández Pijoan, Tapies, Agustí Puig o Rafols Casamada, la casona unifamiliar en uno de los barrios de alto standing de Barcelona (se ubica en la Vía Augusta, en el barrio de Tres Torres) más los royalties que siguen dando sus películas.
Cómo os dije la semana pasada, Pilar Quiroga me había facilitado la dirección de varios amigos y la de la casona. Esta semana he estado yendo cada día a diferentes horas sin encontrar a nadie. Eso empezó a inquietarme porque al menos el personal de servicio tendría que estar allí, así que llamé a Encarna Suárez y se lo dije. Esta mañana, jueves 13 de Noviembre, nos hemos encontrado a la puerta del domicilio porque, al parecer, ella conocía el lugar donde Clara escondía una llave de entrada, como previsión a sus innumerables despistes que en más de una ocasión habían tenido como final el cerrajero.
Encontramos la llave sin ningún problema y Encarna abrió la puerta de hierro que da al jardín y enfilamos el camino empedrado que se dirige a la casa. A los cuatro o cinco metros de caminar ya empezamos a notar un desagradable olor que se fue intensificando conforme nos íbamos acercando a la puerta de entrada. Cuando la hemos abierto, nos ha envuelto un golpe de olor que nos ha hecho retroceder, yo he estado a punto de vomitar.
En ese punto no sabíamos qué hacer, finalmente hemos decidido entrar cubriéndonos la nariz, aunque el olor era tan fuerte que poco podían hacer los cleenex que yo llevaba en el bolso.
No creo que olvide nunca la imagen que se mostró a nuestros ojos. En el salón de la planta baja, junto a la chimenea, sentada en un viejo sillón… De inmediato me ha venido a la memoria el primer relato que subí al blog, el segundo párrafo: “Desde hacia dos horas su cuerpo apenas se había movido, lo justo para beber varios sorbos de agua de un vaso situado sobre la mesita. A través de la cristalera frente a la que estaba sentada, los ojos miraban sin ver la suave claridad del atardecer. Un hastiado sillón de piel la amparaba como si intuyera la necesidad de protección que necesitaba en aquellos momentos de espera, de reflexión, de providencias”
También la amparó en los últimos momentos de su vida.
Mientras Encarna Suárez ha llamado a los Mossos d’Esquadra yo he observado la escena como si tuviera que cincelarla en mi memoria.
A los pies estaban las dos maletas que le entregan al final del relato, abiertas, vacías. El vaso seguía sobre la mesita, en el mismo lugar que lo dejó cuando le abrió la puerta al mensajero que se las trajo, rociados uno y otra de pequeñas gotas de color marrón mate. Luego la imagino volviendo a la butaca a esperar algo o a alguien, que llegó sin que ella se diera cuenta, como una sombra que se mueve en silencio, invisible a los ojos humanos. No había habido lucha, solo un pequeño sobresalto cuando alguien desde atrás cogió la barbilla de Clara Ochoa y la degolló con un solo gesto preciso. Sus brazos estaban flácidos, caídos a ambos lados. Los gusanos han empezado hace tiempo su trabajo de descomposición.
Sobre la mesa hay una especie de diario con múltiples hojas arrancadas. Miro alrededor buscando un ordenador y descubro un portátil sobre una pequeña repisa. Lo conecto. Encarna intenta impedírmelo pero yo estoy revolucionada, como un motor a pleno rendimiento, y la aparto de forma brusca. Eso solo pueden tocarlo los mossos, me dice, y la entiendo, tiene toda la razón, pero yo necesito saber si todas las cartas que he recibido están en ese ordenador. Cuando se ilumina la pantalla compruebo que pertenece a Gerardo Quiroga y una rabia sorda empieza a invadirme.
¿Quien coño me ha enviado las cartas? ¿Quién me llamó por teléfono? ¿Quién ha estado jugando conmigo? Clara Ochoa debe hacer meses que está muerta. No entiendo como nadie se ha dado cuenta. Encarna Suárez dice que la llamó varias veces, pero al no contestarle pensó que seguía enfadada, y al no encontrarla en casa, de viaje. Quería ir a Japón y a Australia y quedarse allí un tiempo estudiando inglés. Su “marido” nunca se lo había permitido. En ningún momento pudo alejarse de él. Los viajes los hacían juntos y siempre donde él quería ir.
Llevo siempre conmigo un lápiz electrónico con todo lo que estoy escribiendo, por si le pasa algo a mi ordenador, y aproveché esta circunstancia para bajarme, del portátil de Gerardo Quiroga, todo lo que cabía en él, aun no he tenido el momento para mirarlo con detenimiento, cuando lo haga ya os contaré si he podido descubrir algo que conteste a mis preguntas, porque según la policía debe llevar muerta desde Julio más o menos.
No puedo extenderme más porque en unos minutos tengo que ir hasta la comisaría de Les Corts para que los mossos me tomen declaración. Primero han querido leer todo lo que he escrito sobre Clara Ochoa.