sábado, 22 de mayo de 2010

LA CENA DEL VIERNES

–Paco ¿Cómo consigues no llegar nunca a la hora acordada?

­–No te creas, tiene su merito y su dificultad.

–Pues por mí no hace falta que te molestes, puedes llegar en punto.

–¡Vamos, Julia! Cualquiera diría que llego una hora tarde.

–¡Veinte minutos, Paco! ¿Te parece poco?

–Pero si estás en este estupendo bar, con calefacción, cómodamente sentada y bebiéndote uno de los mejores chocolates que se hacen en Barcelona.

–Eso sí, nadie puede negar que el estilo te sale por las orejas, que sabes donde citar a la gente, pero vamos a lo que vamos ¿Me has traído el original?

–Te lo he traído. No he tenido tiempo de corregirlo todo, no se… el último cuento…

–Todos los autores sois iguales.

–¡Vaya frase hecha que acabas de soltar!

–¡Y?

–Nada, nada, ya veo que hoy vienes de sensible

–¡SOY, sensible, y cínica, y encantadora, inteligente, culta, maniática, consecuente, honrada, vanidosa…

–Vale, vale, ya me has dejado impresionado para siete meses.

–¿Vendrá Teresa el viernes a la cena?

–No se, estos días esta liada. Se lo dije y me contestó que ya me diría algo, pero…

–Ya la llamaré yo.

–¡Qué pasa! ¿Te crees que no se lo he dicho?

–No digas tonterías. Pero estoy segura de que no habrás insistido ¿Cómo lo lleváis?

–Lo llevamos.

–Amplía.

–¡Joder, Julia! Una separación es algo doloroso, íntimo ¡Ya sabes! eso que uno quiere guardarse para sí, encerrarlo en una cajita de plata e intentar que el exterior, y sobre todo los “amigos”, no lo contaminen.

–Pero da la puñetera casualidad de que yo no soy tu amiga, soy tu editora, y en ocasiones, como la cena del viernes, os necesito a los dos relajados, sonrientes y felices.

–Pues te va a costar.

–Pues ya te estás poniendo las pilas.

–Solo hay una cosa que odio de esta profesión. El periodo de promoción que sigue a la edición de un libro. Un libro que has acabado hace dos años, del que no quieres volver a oír hablar porque es agua pasada, y porque estás escribiendo otro que absorbe tu cerebro al doscientos por cien.

–Tienes más razón que un santo, pero es lo que hay. “Convivencia” se está vendiendo muy bien y necesito que me ayudéis a mantener esas ventas al mismo nivel. Eso quiere decir entrevistas, televisión y todo lo que se me ocurra. Y no me mires con esa media sonrisa o te llevo al programa de libros de la dos…

–¡Nooo, por favor! Eso no es una promoción, es una putada máxima.

–Pues que sepas que me ha llamado, quería entrevistaros a los dos, pero finalmente he conseguido que solo vaya Teresa. Ten claro que me debes una y no es de las pequeñas.

–¿Te apetece un poco Julia?

–Tiene muy buena pinta eso que te acaban de traer ¿Es una crep?

–Si. Está rellena de chocolate y el helado es dulce de leche.

–¡Qué suerte tienes! ¡No sabes la envidia que me das! Comes lo que te da la gana y siempre estás delgado. Yo tengo que conformarme con mirar.

–Pues el tazón de chocolate no te lo has mirado mucho.

–¿Has leído el último de Ishiguro?

–Si.

–¿Y?

–¡Bien! No está a la altura de Los Inconsolables, pero es un Ishiguro.

–Yo no consigo meterme.

–No te fuerces, Ishiguro necesita que estés receptiva, ya encontrarás el momento. Déjalo un par de semanas y luego vuelve a cogerlo, pero no empieces a partir de lo ya leído, comienza de nuevo, desde la primera página.

–¡Vale! Ya te diré que tal me ha ido.

–Y hablando de lo que se supone que habíamos venido a hablar. He puesto los relatos en el orden en que los he escrito, prefiero que decidas tú cual será el primero.

–De acuerdo. Lo miraré con todo el cariño del mundo. ¡Tu primer libro sin Teresa!

–No quiero que lo mires, quiero que lo leas.

–No seas borde. Tengo que marcharme ya. He quedado con Pedro Oñate en el despacho. Los leeré y te llamaré en cuanto lo haya hecho. Recuerda la cena del viernes. Ya llamaré yo a Teresa.

–¡Vale, vale! Vaya prisa te ha entrado.

–Si no hubieras llegado veinte minutos tarde…

–El último tengo que arreglarlo…

–Si, ya me lo has dicho. No te preocupes, lo tendré en cuenta, pero estoy segura de que estará bien. Eres un maniático. Dame un beso.

–Adiós, cariño.

–No te olvides de la cena del viernes

miércoles, 5 de mayo de 2010

CONTAR UN CUENTO

No recuerdo si todo sucedió al iniciarse la tarde o cuando los coches que circulaban frente a mí empezaron a encender las luces de posición.

Lo que si he retenido en mi memoria es el lugar; "Starckbusch Café", el que se haya frente al centro comercial de La Illa en la parte alta de la Diagonal. Yo andaba intentando completar el guión de lo que pretendo sea mi próximo libro, sentada en uno de los cómodos sillones que ese local pone a disposición de sus clientes en una especie de imitación kitch de una sala de estar. A mí, pese a todas las reticencias anteriores, consiguen convencerme y casi siempre paso allí muchas de las horas que huyo de mi casa intentando alejarme de la presencia hostil, perenne e inamovible de la madre de Andrés.

Andrés es mi marido, pero debido a su carrera política, se ve muchas veces imposibilitado de prestarme los servicios que de su condición de cónyuge puedo exigir, como por ejemplo la compañía. Supongo que he sido un poco laberíntica para explicar que me siento sola casi siempre, por no generalizar y sacar el casi que he antepuesto a la palabra siempre, pero yo soy así. No querría que tomarais cuanto acabo de decir como una queja, en absoluto, en realidad es la vida que quiero vivir. Hago lo que me da la gana, pero sé que Andrés siempre estará a mi lado en el momento que realmente lo necesite. De eso no tengo ninguna duda.

Cuando llegué y después de pedir un café con hielo tome asiento, él, ya estaba allí.

Como voy en moto, cada vez que entro en algún local, ejecuto el mismo ritual. Primero descuelgo el bolso del hombro y lo dejo sobre la mesa, luego me despojo del casco, el chaquetón, la bufanda y los acomodo, abro el bolso, cojo el móvil, la libreta y las gafas de vista cansada, los deposito sobre la mesa, cierro el bolso, lo cuelgo de mi asiento o lo dejo junto al casco y el chaquetón. Punto final. Todo ello crea una especie de hipnosis colectiva entre las personas que me rodean, que vuelven a sus conversaciones en cuanto me siento, abro la libreta y empiezo a escribir.

Pero él no.

Él siguió mirándome, divertido, como si hubiera estado observando una escena teatral. Creo que no aplaudió por sentido del ridículo.

Levanté los ojos del bloc y le sonreí, enviándole con la mirada un mensaje cifrado: "Ya ves chico, es toda una historia, pero que se le va a hacer, ir en moto también tiene sus desventajas".

Nuestras miradas se cruzaron varias veces más, al levantar él la vista del libro que estaba leyendo y yo de mi cuaderno.

No creo que pasara más de media hora hasta que aparecieron la mujer despampanante de anchos pechos y estrecha cintura, todo ello debidamente publicitado, y un hombre con el cráneo afeitado, media camiseta naranja y la otra media a topos verde claro y verde oscuro, pantalón rojo cardenal y bambas indescriptibles, que resumiría como un tío raro. Hablaron unos pocos minutos y de repente él se levanta de su sillón, se acerca a mi y me dice casi sin respirar:

Hola, perdona que te moleste, mi nombre es Luís, Luís Coronado. Aquellos dos que están sentados conmigo son compañeros de trabajo. Estamos rodando un spot en los jardines de Piscinas y Deportes ¿Te importaría hacer ante una cámara todo lo que has hecho al entrar aquí?

Ya no estaba sentada en el Starckbusch Café. Como la lluvia había retrasado el rodaje, me acomodaron en una especie de tienda de campaña luminosamente blanca, de esas que salen en la tele con la cruz roja encima para que no la ametrallen los helicópteros.

Junto a mi estaba Luís, y desde hacía más de media hora lo tenía literalmente cosido a preguntas, igual que a la despampanante, que se llamaba Claudia y que respondía a las cuestiones de producción. El hombre raro, Eduardo, nos preparó unos combinados que estaban buenísimos y yo, poco acostumbrada, empecé a sentirme liviana como una nube y fascinada por cuanto me envolvía: Cámaras, focos, micros, ordenadores, mesas de mezclas y... y los ojos color avellana de Luís.

Si he de seros sincera nunca, hasta ese momento, me había planteado la posibilidad de pegarme un revolcón con alguien, pero el alcohol nubla los sentidos y yo ya llevaba dos combinados en mi cuerpo. Mis sonrisas eran cada vez más radiantes y hasta le reía las gracias a Claudia.

De repente paró de llover y todo se puso en marcha, a una velocidad que sobrepasaba mi ritmo vital y más en aquellos momentos. Mi actuación se resolvió en siete tomas, luego me senté, agotada y medio mareada , con los cócteles dando vueltas en mi estómago, hasta que salí disparada hacia un rincón del parque donde vomité todo lo vomitable.

Luego volví a sentarme en la misma silla de lona que ocupaba anteriormente e intenté calmarme para poder coger mi moto y volver a mi hogar, donde la madre de Andrés me daría la bienvenida con sus momificados ademanes.

No creo que pasara una semana cuando volví al Starckbusch Café y me senté a contemplar el ir y venir de coches y personas en una de las manifestaciones más auténticas del movimiento contínuo.

Yo ya estaba sentada cuando entró Luís y se dirigió directamente hacia mí. ¿Volvéis a necesitar una "motard"? le dije entre risas nerviosas, no, me contestó con destellos fulgentes de luz en sus ojos color avellana, pasaba por la acera, te he visto y he pensado que podíamos ir a comer aquí delante, al Hilton. Por supuesto si tienes tiempo y si te apetece.

Y ya ha llegado el final de la historia, enmarcado en esta lujosa habitación del Hilton donde se hospeda Luís. Él hace rato que ha salido hacia el aeropuerto con destino a Nueva York para empezar un rodaje y yo sigo aquí, relajando mi ansiedad en este maravilloso jacuzzi, sin acabar de creer que estas cosas pasen en la vida real.

Nos hemos dicho adiós con la mirada alegre, hasta que volvamos a encontrarnos, algún día, en el Starckbusch Café.