sábado, 13 de noviembre de 2010

“SI”

Mil novecientos ochenta y seis, estoy en el estudio que Toni comparte con Xavi, juntos estudiamos en la escuela Massana el último curso de pintura. La casa es muy pequeña, pintada de blanco, Toni se queja de que no tiene perspectiva, no puede alejarse lo suficiente del cuadro pese a que nos hallamos en lo que sería el comedor, la habitación más grande de la vivienda, yo estoy sentada en el suelo, en el espacio de pared que queda entre los dos balcones, el sol se cuela a través de ellos, atraviesa el aire, y descubre en su intimidad las motas de polvo que bailan en silencio hasta posarse rendidas sobre el pavimento. Estoy leyendo un libro de Margaret Millar, empecé a aficionarme a la lectura con Agatha Christie, cuando acabé con sus libros seguí con los de Dashiel Hammet, luego Ross MacDonald, no me atrevo a apartarme de la novela negra, Toni empieza a ponerse nervioso, hay algo en su cuadro que no le satisface, pero no acaba de localizar qué falta o qué sobra en él, Xavi se ríe, con esa risa franca que regala con generosidad, su cuadro es más pequeño, se halla sobre el suelo, separado de la pared lo justo para que pueda moverse con comodidad, pasea en círculos alrededor del perímetro con la mirada fija en él, una de sus manos sostiene la mitad de una botella de plástico cortada por un cuter llena de óleo magenta, en la otra un pincel, de tanto en tanto se agacha y deposita una nueva pincelada, como un ritual asumido por su cuerpo hace mucho, mucho tiempo. Leo la última página, la última palabra, se acabó, digo en voz alta, Toni se vuelve hacia mí y me pregunta ¿Has leído “Sí” de Thomas Bernhard? Le contesto si es novela negra, él dice no y yo arrugo la nariz, no seas tan cerrada, me dice, deja sobre una pequeña mesa los pinceles que lleva en las manos y sale de la habitación, vuelve con un libro muy delgado y pequeño, la mitad de un folio y apenas 120 páginas, empiezo a leer y el libro me atrapa, no hay ni un solo punto y aparte en todo el recorrido de las páginas que voy tragándome con avidez, como si cometiera un pecado de gula, tres horas más tarde leo la última palabra impresa, “sí” punto y final. Toni y Xavi están en el balcón, mirando con descuido las pocas personas que pasan bajo él, Xavi está fumando un cigarro, me acerco por detrás y desde allí abrazo a Toni, apoyo mi mejilla sobre su espalda, se vuelve, me separo y me sitúo junto a él apoyando mis brazos sobre la baranda, le digo, gracias, aun estoy emocionada, todos los sentimientos que ha desatado el libro en mí, continúan a flor de piel ¿Te ha gustado? Me pregunta, tío, acabas de descubrirme un mundo nuevo, le digo, y beso con ternura su mejilla. Hace ya mucho tiempo que no tengo noticias de Toni ni de Xavi, pero cada vez que recorro con la mirada los libros que se agolpan en mi biblioteca, los ojos se detienen ante el viejo ejemplar de “Sí” que me regaló aquel día Toni, su cara y la de Xavi tornan a mi memoria jóvenes, desbordando creatividad, vida, en ese momento, una pincelada de felicidad vuelve a iluminar mi alma.